Unos 1.500 millones de personas, alrededor de un quinto de la población mundial, buscará un destino al que viajar en vacaciones este año. El turismo, como industria, genera alrededor del 10% de la riqueza global, según datos de la OMT (Organización Mundial del Turismo) y, si hacemos caso al estudio de Google y Deloitte de 2024, estas cifras enormes no harán sino crecer en los próximos quince años: se calculan 2.400 millones de viajeros para 2040. Las preguntas que surgen son obvias: ¿podemos seguir recorriendo el mundo sin ponerlo en riesgo? ¿Hemos de sacrificar esa forma de descanso, conocimiento y placer que, justamente, nos acerca a los otros y nos enseña otras culturas y visiones? ¿Se puede prescindir de ese tipo de beneficio para la mirada y el espíritu?
Los impactos negativos del turismo mundial están localizados, cuantificados. Nadie niega las consecuencias que puede tener en asuntos como la presión sobre los recursos naturales o la masificación de ciudades. A España, en 2024, llegaron más de 94 millones de turistas internacionales (datos del INE). Se trata de una realidad bien conocida.
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